En un guiño a los pintores de naturalezas muertas de la Edad de Oro holandesa, el artista LGBTQ Andrew Leventis analiza el significado histórico y contemporáneo de la vanitas. Inspirado en fotografías de contenidos de refrigeradores tomadas por sus amigos y colegas, las imágenes de Leventis son sorprendentemente familiares. Hablan de la vida doméstica, una intimidad tranquila que es parte de nuestra vida cotidiana. Cada interior cuenta una historia: estantes llenos que delatan una sensación de ansiedad apresurada, compartimentos de acero quirúrgicamente limpios medio llenos de carne cruda o productos lácteos y condimentos ordenados cuidadosamente para satisfacer un paladar indulgente. Aunque menos explícitos, los temas centrales de las pinturas de vanitas –la fragilidad y fugacidad de la vida y el vacío de los placeres mundanos– están presentes. Los símbolos tradicionales del género, como calaveras, velas apagadas, libros e instrumentos musicales, se sustituyen por conjuntos de pollos enteros, una cabeza de cerdo, una barra de mantequilla o golosinas cotidianas, como un cartón de nata espesa, un tarro de pepinillos o botellas de cerveza. Del mismo modo, las pilas decadentes de objetos que existen exclusivamente para nuestro propio entretenimiento y satisfacción reflejan nuestro deseo inútil de consumo hedonista en la sociedad contemporánea y una necesidad primordial de autoconservación. Leventis comenzó a trabajar en esta serie durante la pandemia de Covid, que lo obligó a lidiar con la caducidad de la vida. Su obra pone de relieve nuestras deficiencias y miedos humanos, pero lo hace con compasión y comprensión, tanto para los demás como para él mismo.